sábado, 7 de enero de 2017

La hechicera - Teócrito

«La bola de cristal» de Waterhouse (1902)

Hoy os traigo un poema curioso, «La hechicera» del griego Teócrito, escrito hace más de 22 siglos. Es una de las poesias amorosas más antiguas y singulares que se conocen. Quién habla es una mujer y es una mujer enamorada. A pesar del tiempo transcurrido, lo que nos cuenta resulta especialmente cercano y universal. ¡Ay, el amor!

La hechicera

¿Dónde están mis laureles? ¡Tráelos, Testilis! ¿Dónde, mis filtros?
Con la más fina lana roja de oveja ciñe el caldero,
porque pienso embrujar al hombre amado que es mi tormento:
hoy hace doce días, desde que el pérfido no me visita,
ni ha venido a informarse si ya morimos o estamos vivas,
ni a mis puertas llamó, ¡qué desalmado! Ciertamente Eros
y Afrodita se fueron lejos llevando su amor voluble.
Para verlo, mañana, yo a la palestra de Timageto
voy y pienso increparle tantas vilezas que hace conmigo.

Ahora, voy a embrujarlo sahumando inciensos. ¡Vamos, alumbra,
Luna, con gran fulgor! Diosa, en voz baja voy a invocarte,
y a Hécate también, la subterránea, que incluso perros
temen, cuando ella marcha por tumbas muertas y en negra sangre:
Hécate horrenda, salve; por esta noche sénos propicia,
haciendo estos venenos nada inferiores a esos de Circe
ni a los de Perimeda, la rubia aquélla, ni al de Medea.


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Se consume, primero, cebada en fuego. ¡Pronto, Testilis,
mísera, vierte granos! ¿Qué tonterías andas pensando?
¿Acaso tú también, gran desdichada, de mí te burlas?
Vierte y repite a un tiempo: «de Delfis, ahora vierto los huesos».


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Me hizo sufrir mi Delfis; ahora, por Delfis quemo laureles;
y como éstos con ruido mucho crepitan al incendiarse,
al instante se extinguen y ni cenizas de ellos miramos,
del mismo modo Delfis, sí, consumiera su carne en llamas.


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Voy a quemar salvado. Diosa Artemisa, mover podrías
las férreas puertas de Hades, incluso habiendo cualquier cerrojo.
¡Testilis, ya las perras aúllan en la urbe por nuestra magia;
la diosa está en los cruces de las vías; pronto, tañe tú el bronce!


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Oye, la mar se calla, callan incluso todos los vientos;
sin embargo, no calla mi amarga pena dentro del pecho,
sino que me ardo toda por culpa de ese que hizo que fuera
infeliz, miserable, ya no más virgen, y no su esposa.


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Como yo, con la diosa derrito aquí este céreo muñeco,
así, de amor y pronto se derritiera Delfis el mindio;
como el rombo de bronce da muchas vueltas por Afrodita,
así, aquel hombre muchas vueltas se diera frente a mis puertas.


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Tres veces vierto vino, también tres veces digo, señora:
«si se acuesta en su lecho cualquier doncella, cualquier mancebo,
que un olvido terrible los borre justo como Teseo
olvidó en Naxos, dicen, antaño a Ariadna, de bellos rizos».


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Hay una planta arcadia, muy lujuriosa, por cuyo efecto
en el monte enloquecen todas las potras y ágiles yeguas;
allí yo viera a Delfis, y así a mi casa, vuelto un demente,
al salir de la asidua palestra untuosa, se regresara.


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Esta franja inferior del manto suyo perdió mi Delfis;
ahora, haciéndola trizas, al fuego cruel yo se la arrojo.
¡Ay, Amor doloroso! ¿Por qué adherido, cual sanguijuela
palustre, me has sorbido toda mi negra sangre del cuerpo?


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Triturando un lagarto, fuerte brebaje llevo mañana;
pero ahora, Testilis, tú toma y suave frota estas hierbas
sobre el umbral de aquél, mientras serena reina la noche,
y siniestra murmura: «de Delfis ahora froto los huesos».


Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
¿Desde dónde, mi amor vaya llorar, hoy que estoy sola?
¿Por dónde doy inicio? ¿Quién me acarreó tal infortunio?
Nuestra Anaxo, de Eubulo la hija, pasaba llevando el cesto
de Artemisa al santuario; por ésta entonces, fieras diversas
(una leona entre ellas) iban en marcha con el cortejo.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Mi querida Teomaris, nodriza tracia, que en paz descanse,
cuyo aposento estaba junto a mi puerta, vino a rogarme
y a insistirme que viera también el rito; yo desdichada,
con mi túnica hermosa de suave lino me fui con ella,
circundada del manto que me prestara mi fiel Clearista.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Ya yendo donde habita Licón, en medio del recorrido,
vi a Delfis y a Eudamipo que andando iban uno con otro;
ellos tenían la barba más esplendente que el helicriso
y mucho más fulgentes que tú, Selene, sus torsos eran
cual si el bello ejercicio de su gimnasio recién dejaran.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Nada más fue mirarlo, loca me puse; mi pobre pecho
se encendió por un fuego, ya mi belleza se marchitaba;
no me importó ya nada la procesión, ni supe cómo
torné de nuevo a casa; desde ese instante, yo estuve enferma
de un malestar ferviente; me fui a la cama diez días enteros.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
El color de mi piel gualda se puso como la hierba;
de mi testa el cabello caía sin gracia; lo demás sólo
eran pellejo y huesos. ¿A quién no fuimos en pos de ayuda?
¿O cuál casa de anciana sabia en conjuros, pasé por alto?
Mas no hallaba sosiego; dábase el tiempo prisa en fugarse.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Y, así, dije a mi esclava la verdad pura de esta mi historia:
«anda, Testilis, busca para mi fuerte mal un remedio.
Infeliz de mí, toda me tiene el mindio. Vamos, marchando
hasta aquella palestra de Timageto, ponte al acecho;
va allí todos los días, y allí le agrada pasarse el tiempo.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Cuando veas que esté solo, discretamente llámalo y dile:
“Simeta quiere hablarte”; con mucha astucia tráelo a mi lado».
 

Así dije, marchóse, pronto a mi casa condujo a Delfis
de esplendente figura. Fue todo a un tiempo: cuando lo vimos
dando vuelta al umbral de nuestra puerta con ágil paso,

diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza,
me quedé toda fría, más que la nieve; sobre mi frente
un sudor me brotaba, como perladas gotas de lluvia;
nada podía emitir, ni, por lo menos, cuanto en el sueño
balbucean las criaturas, cuando a su madre querida invocan;
congelada en mi piel hermosa, en todo fui una muñeca.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Tras mirarme el odioso, clavando el rostro fijo en el suelo,
se sentaba en la cama; ya acomodado, tales decía:
«me ganaste, Simeta, no cabe duda, como hace poco
yo le gané a Filino, que es el más hábil en las carreras:
antes que yo a la casa tuya llegara, tú me invitaste.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Pues habría yo venido. ¡Juro por Eros! Sí, habría venido
con dos o tres amigos al caer la noche de suave arrullo,
trayendo de Dionisos unas manzanas bajo mi manto
y ciñendo en las sienes, entretejida con rojas cintas,
una guirnalda de álamo, sagrado árbol del gran Heracles.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Si acogido me hubieras, bello habría sido (pues ciertamente,
entre todos los jóvenes, veloz y bello, soy afamado);
con sólo haber besado tu hermosa boca yo habría dormido;
si a otra parte me hubieras corrido y trancas tu puerta hubiera,
habrían venido a ustedes hachas y teas de todos lados.


Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Ahora afirmo que debo rendirle gracias primero a Cipris,
y después de esta diosa, mujer, a ti; tú, la segunda,
al traerme a tu casa me retiraste casi incendiado
de esa pasión ardiente, pues a menudo prende una flama
Eros, mucho más fuerte que la del mismo Líparo Hefesto;

diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza,
con perversas pasiones, hizo que huyera de su aposento,
una virgen, o alguna recién casada, dejando tibia
de su esposo la cama». Dijo estas cosas; yo, la muy tonta,
aferrada a su mano, sobre el mullido lecho lo atraje;
y pronto, un cuerpo en otro, se hacía una llama; de ambos el rostro
más ardiente era que antes, y dulcemente se hizo un susurro.


Para no parecerte muy indiscreta, querida Luna,
diría que se hizo todo: de amor las ansias, juntos calmamos.
y ni él me hizo reproches en el pasado de cosa alguna,
ni yo tampoco a Delfis. Mas hoy a casa llegó la madre
de Melixo y Filista, nuestra flautista no ha mucho tiempo;
llegó, seré precisa, cuando hacia el cielo corrían las yeguas
del Sol llevando a Aurora de brazos rosa desde el océano;
me dijo, entre otras cosas, que, sí, que Delfis anda en amores;
si la pasión de un joven o de una moza lo tiene ahora,
decía no estar segura, pero sí de esto: siempre con vino
puro de Eros brindaba; que, terminando, salía corriendo,
diciendo ir a cubrirle la casa aquella con sus guirnaldas.

Me declaró estas nuevas la visitante, que nunca miente.
Pues, cierto, en otro tiempo, tres, cuatro veces venía a mi casa
diario, y aquí dejaba siempre su dorio frasco de aceite;
hoy son ya doce días; mis ojos tristes no lo han mirado.
¿Quizá goza otros brazos, y hoy de nosotras ya se ha olvidado?
¡Ahora voy a embrujado con estos filtros! Si aún me angustia,
él pronto irá a llamar, juro a las Moiras, la puerta de Hades;
afirmo reservarle dentro de un arca fuertes venenos,
mortales, que he aprendido de un extranjero de Asiria, diosa.


Mas tú, llena de encanto, vuelve tus potras hacia el Océano;
yo llevaré, señora, mi pena a cuestas, como hasta ahora.
¡Adiós, gran diosa Luna de trono argénteo! ¡Adiós, las otras
estrellas, que la noche callada siguen cerca del carro!

Teócrito (Siracusa, 310-260 a. C.) fuéun poeta griego, iniciador de la poesía bucólica y una de las figuras clave del Helenismo.

Nació en Sicilia, una isla con una densidad de grandes escritores por km cuadrado impresionante, vivió gran parte de su vida en la Isla de Cos, en el Mar Egeo y en la ciudad de Alejandría, en donde fué muy famoso y apreciado. Se sabe poco de su vida, fué el poeta protegido, primero del tirano Herón II de Siracusa y después, del rey Ptolomeo II de Alejandría.

Sus dos grandes temas son el amor y la simplicidad de la vida campestre. Introdujo en Alejandría el género llamado antiguamente mimo, originario de Sicilia, y que consiste en la representación, cantada o hablada, de temas de la vida cotidiana de carácter popular, con partes improvisadas y a menudo con numeros de magia y presdigitización.

Teócrito

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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